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¿Qué tienen que ver las emociones con el cambio? 

El eje principal de la gestión del cambio son las emociones que se producen a lo largo del mismo.

En gestión del cambio no es posible la no gestión: todo lo que hacemos y lo que no hacemos o ayuda o perjudica el cambio. Y en este caso, reconocer y gestionar las emociones nos ayuda.


La actitud que adoptamos ante un cambio es la variable que más influye en la resolución del mismo. Centrarse en las dificultades en vez de en las posibilidades solo limita nuestra capacidad de actuación. Se trata de considerar que los retos nunca son fáciles y que no por eso hay que renunciar a ellos.  La posición emocional que adoptemos será la que más marcará y orientará nuestra conducta.

Cuando las personas recibimos un estímulo, nuestras emociones, positivas o negativas, saltan de manera automática y nos influyen a una velocidad muy rápida. Son mucho más rápidas que el procesamiento intelectual.

Cuando nos enfrentamos a una noticia que puede cambiar nuestro futuro, todo nuestro cuerpo se prepara para defenderse físicamente: el corazón, la circulación, los músculos, las pupilas, la adrenalina.  Pero las amenazas que hoy sufrimos no son las físicas sino sobre todo las psicológicas, y todas esas reacciones biológicas ultrarrápidas no nos ayudan demasiado a canalizar la situación de manera adecuada.

El modelo habitual de reacción es que ante un estímulo tenemos una reacción emocional que nos lleva a un procesamiento racional del que obtenemos unos resultados conductuales.

El resultado correcto de este circuito debería ser cambiando el orden, de forma que ante un estímulo pudiéramos procesar la información a nivel racional de forma completa, objetiva y no contaminada y posteriormente, pudiéramos poner las emociones al servicio de nuestras conclusiones intelectuales.

De cara al análisis de las reacciones emocionales hay que diferenciar entre los cambios con origen interno ,que parten de mi voluntad, y los impulsados por otras personas u otras circunstancias pero que me afectan de manera sustancial.  Los factores claves aquí son el miedo y la incertidumbre.

Las personas  se posicionan de manera positiva frente a los cambios en los que creen tener el control mientras que tienden a posicionarse de forma negativa ante los cambios que sienten que no controlan.

Esa sensación es muy importante: el sentimiento de que controlamos nuestra propia vida, de que llevamos las riendas, de que tenemos capacidad de decidir nuestro futuro, porque está en relación directa con el miedo. 

Cuando tenemos la sensación de que las cosas que nos ocurren en nuestra vida no están bajo nuestro control, surge en nosotros la emoción negativa más poderosa posible: el miedo. Éste está en la base de casi todas las resistencias al cambio, de casi todas las reacciones negativas ante un cambio. El miedo primordial es el miedo a perder la estabilidad. A lo largo de la vida todos los seres humanos hemos ido construyendo una existencia equilibrada.  Es decir, la vida humana aspira a encontrar un cierto nivel de equilibrio entre nuestras expectativas y la realidad que nos rodea. Es un ejercicio parecido al del equilibrista que anda sobre un cable realizando continuos movimientos de ajuste para mantenerse en pie. Y no nos resulta fácil mantener el equilibrio. Es una de las fuentes principales de gasto de energía cotidiana.

La inteligencia es la capacidad de adaptación al ambiente.  En ese sentido,  la capacidad de mantener el equilibrio vital se convierte en la principal muestra de adaptación y,  por tanto, en la verdadera prueba de inteligencia.

Es lógico que lo que más nos aterre sean los cambios no controlados por nosotros que puedan hacernos  perder el equilibrio.

 

Un día normal una persona tiene una media de 60000 pensamientos.  El 99% son iguales a los del día anterior y más de tres cuartas partes de ellos son pura basura mental: pensamientos repetidos, negativos, inútiles, que no nos ayudan a nada.

Podemos hablar de la tiranía del pensamiento empobrecido porque la calidad de la vida de una persona radica en la calidad de sus pensamientos. Y la mayoría de las personas desatienden esta cuestión por completo y abandonan el control de su mente porque no son conscientes de esta cuestión ni sospechan que pueda haber herramientas o mecanismos de control.

Nuestra mente es un caballo desbocado. No para ni de día ni de noche y mantiene de manera continua una frenética actividad que escapa por completo a nuestro control, incluso, gobierna nuestra vida.  Debemos dedicar nuestra capacidad mental a los asuntos y sensaciones que nosotros decidamos y no al revés.

Pero todos tenemos la capacidad de decidir en que queremos pensar en un momento determinado. La calidad de nuestra vida depende de los pensamientos a los que queramos prestar atención en cada minuto de cada día de nuestra vida. Si estamos en un velero  y en alta mar se desencadena una gran tormenta está claro que no podemos hacer mucho para que no se desencadene. La tormenta no depende de nosotros ni sus efectos sobre el viento ni las olas. Lo único que podemos hacer es cuidar nuestra actuación ante la tormenta. Nuestra salvación dependerá de lo que hagamos y de lo que no hagamos. Si consideramos la tormenta como una catástrofe que acabará con nosotros de forma irremediable,  lo coherente es prepararse para morir de la manera menos dolorosa posible.  Esta forma de  considerar el problema nos llevará a no hacer nada por intentar salir airosos del lance y por tanto nos refugiaremos inactivos en algún lugar del barco, abandonandonos a nuestra suerte. Pero podemos tomar otra alternativa y considerar que la tormenta es irremediable, pero yo puedo hacer bastantes cosas para ayudar a mantenerme a flote.  Sin duda, no tengo asegurado el éxito. Se trata solo de incrementar las posibilidades.  
  • La primera recomendación ante un cambio es aceptarlo. Reducir al máximo el tiempo de negación y empezar el proceso de recuperación lo antes posible.

  • El segundo paso es adoptar la mejor actitud posible ante el cambio, no abandonándose al miedo ni a la desesperación. La huida, la agresividad, la crítica o la culpa tampoco son una solución, sino actitudes inútiles.

  • Tomar distancia y perspectiva, no te estreses de forma innecesaria, no corras,  toma las cosas con calma, no te tomes los problemas demasiado a pecho. 

  • Y por último, no olvides que en todos los problemas siempre hay islas de oportunidad. Busca las oportunidades y los aspectos positivos del problema y aprovéchalos.

Equilibrio

Cualquier persona adulta es un sistema en equilibrio. La resistencia no es sino una maniobra necesaria para mantener nuestra propia integridad psíquica.

Los equilibrios son costosos de lograr y no nos gusta perderlos. De entrada sabemos que buscar un nuevo punto de equilibrio va a exigir esfuerzo  y una larga temporada de desequilibrio que consume mucha energía. Y,  además, está la incertidumbre acerca de si seremos capaces de lograr un nuevo equilibrio o nuestra vida se desequilibra de forma irremediable. Este es el miedo que subyace a las resistencias a cualquier cambio

Flexibilidad

La flexibilidad es un punto de equilibrio. Un punto intermedio entre dos posturas. Y como todos los puntos de equilibrio, es difícil de encontrar y difícil de mantener. Es el punto intermedio entre la rigidez y la inconsistencia. La inconsistencia es menos frecuente que la rigidez, pero buena parte de la rigidez que encontramos en las personas tiene su base en un fuerte temor a la inconsistencia. Es como si para evitar caer en el extremo de la inconsistencia, que además tiene tan mala prensa, cayéramos con frecuencia en el extremo contrario: el de la rigidez.

La rigidez no tiene sentido cuando no hay quien pare el viento. En los entornos en los que tendremos que vivir todos en el futuro, el cambio va a ser un viento que va a soplar muy, muy fuerte y sobre el que no podremos hacer nada para impedirlo. El junco tiene bien ancladas sus raíces al suelo: sus principios están claros, no se mueven; sus objetivos son firmes, pero es flexible en la forma de conseguirlos. No es una hoja suelta que es arrastrada por el suelo en la dirección que el viento decide, el junco no se mueve del sitio. Para que podamos ser flexibles necesitamos objetivos claros, estrategias definidas y valientes, y valores profundos. Apoyándonos en ellos, nos adaptamos sin miedo a todo lo que sea necesario cuando lleguen vientos de cambio intensos. La flexibilidad es un esfuerzo. Y la flexibilidad es una competencia que se puede mejorar para ser más eficientes a la hora de adaptarse a los cambios del entorno.

Si nos preguntamos acerca de cuál es la causa de la rigidez,  de las dificultades para adaptación al entorno, nos encontramos con el miedo.

 
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